Por: Gregorio Martínez Moctezuma, Editor de El Axolote Ilustrado. Revista Cultural Iberoamericana e investigador del Centro Cultural Las Zirandas A.C.
México es un país muy rico culturalmente, muestra de ello son las 68 lenguas originarias que aún están vivas y los vestigios arqueológicos de las culturas ancestrales que poblaron su actual territorio, sin mencionar las abundantes producciones culturales contemporáneas.
El mestizaje es su divisa y la música, como lenguaje universal que es, es su signo de identidad. En este sentido, la cultura mexicana es un baluarte de la cultura en el espacio iberoamericano, pues las creaciones de los artistas mexicanos han alcanzado gran parte del planeta. Esto incluye artes plásticas, cine, música popular y de concierto, literatura, artes escénicas…
En el ámbito estrictamente musical, las aportaciones mexicanas al mundo son numerosas y variadas. Sin embargo, hay un componente –que inserto en el espectro de la música popular– poco atendido y aún menos conocido, incluso en el mismo país y por una gran cantidad de mexicanos: la música tradicional, entendida ésta como la que ha sido transmitida de generación en generación de manera oral y empírica, a partir de un tronco común (en nuestro caso, los llamados “sones de la tierra”, cuyo origen, aún no dilucidado del todo, comparte elementos hispánicos, indígenas y afroamericanos), y que derivó, con el paso de los siglos, en expresiones locales hoy llamadas música regional.
De esta manera, esas culturas musicales regionales (las denomino así por su riqueza de repertorio y diversidad instrumental) se asentaron en áreas geográficas específicas, en las que, a partir de ese origen común, fueron adquiriendo características propias, que hoy las distinguen y singularizan. Así, hay en México numerosas variantes de esa música tradicional diseminadas por todo el país. Las más difundidas son las conocidas como son jarocho, son huasteco, son tixtleco, son planeco, son calentano, son jalisciense, son arribeño; otras menos divulgadas o extendidas: son oaxaqueño, son purépecha, son chiapaneco, son yucateco…
El son jarocho es quizás la más difundida de estas culturas musicales, empleo la palabra difundida porque eso ocurrió en este caso: la aparición o incorporación de esta variante del son mexicano en películas hizo que fuera ampliamente conocida. De hecho, hay una película estadounidense que incluso lleva el título de uno de los sones jarochos más célebres: La bamba (Estados Unidos, dirigida por Luis Valdez en 1987), que también se convirtió en un éxito en la versión rocanrol de Ritchie Valens. Este tipo de son se toca en Veracruz, Oaxaca y Tabasco, pero se ha extendido a numerosas ciudades del país, e incluso, como otras variantes del son mexicano, a ciudades estadounidenses donde hay alta concentración de migrantes.
La instrumentación del son jarocho es básicamente a partir de instrumentos de cuerda (jaranas, guitarras), pero también incorpora violín, marimbol, cajón, quijada de burro u otro animal similar, o hasta bajo eléctrico. Una cualidad es que un solo músico puede interpretar un son jarocho. En esta variante hay incluso una distinción entre son jarocho tradicional y uno con innovaciones. Entre los grupos actuales de son jarocho están Mono Blanco, Los Parientes de Playa Vicente, Estanzuela, Sonex, Son de Madera, Los Cojolites, La Zafra…
Después del jarocho, el son huasteco es una variante muy arraigada en el país; esto también debido en buena medida al cine. Aun ahora Los tres huastecos (México, dirigida por Ismael Rodríguez en 1948), estelarizada por el máximo mito mexicano, Pedro Infante, es una película que pasa regularmente en televisión abierta y sigue siendo vista. Su influencia es tal, aunada a una popular canción de Nicandro Castillo: “Las tres huastecas”, que muchas personas mexicanas creen que son tres estados del país los que integran esta región cultural. Si se les pregunta, la mayoría no sabe cuáles son esos tres. En realidad, esa región conocida como Huasteca la conforman seis estados: Hidalgo, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí, Tamaulipas y Veracruz. Como en el caso del son jarocho, el son huasteco se ha extendido a otros estados del país, pero en menor medida que el jarocho, sobre todo en la capital del país, bautizada recientemente como la “huasteca chilanguense”, esto en alusión al chilango, gentilicio impuesto a los nacidos en la capital del país, a veces como peyorativo, y al huasteco oriundo del estado de Hidalgo, cuyo gentilicio es hidalguense.
La instrumentación del son huasteco es jarana, guitarra quinta (huapanguera) y violín. Este último instrumento exige cierto virtuosísimo a su ejecutante, quizás por esto no se ha propagado como el son jarocho. Aquí cabe mencionar que del son huasteco se derivó el famoso género del huapango, que se integró a la música ranchera, con intérpretes de la talla de Pedro Infante, Lola Beltrán, Miguel Aceves Mejía, entre otros. Entre los tríos (raras veces cuartetos al haber dos jaraneros o dos violinistas) más reconocidos están Los Camperos de Valles, Trío Chicontepec, Trío Tamalín, Nostalgia Huasteca, Koneme, Trío Colatlán, Los Hidalguenses, Alba Huasteca, Los Brujos de Huejutla, Orgullo Amateco…
El son tixtleco adquiere su adjetivo calificativo de la región de Tixtla, en el estado de Guerrero, a la que confluía mucha gente proveniente de otras regiones desde hace siglos por ser paso comercial. También conocidos como sones de tarima, incluso puede tener influencia de música latinoamericana, sobre todo del sur del continente. En los últimos años ha cobrado importancia por el surgimiento de muchos grupos, que lo han difundido más allá de su región; sin embargo, no se puede afirmar que sea conocido nacionalmente. La instrumentación es jarana, vihuela, arpa y cajón. Entre los grupos que lo interpretan están Chintete, Orgullo Fandanguero, El Nahual y Yolotecuani.
El son planeco es una variante del son mexicano que florece en el estado de Michoacán, en el valle o “plan” de Apatzingán. Es una música poderosa, hecha para bailar y sacudir el espíritu. Algunos investigadores creen que de ahí surgió la que hoy es conocida como “música de mariachi” o ranchera. Su instrumentación es arpa grande, dos violines, vihuela y jarana; la guitarra de golpe ha dejado de emplearse, pero puede incluir tololoche o contrabajo y guitarrón. Es una música que se ha quedado en su región natural y poco a poco está alcanzando otros estados del país, aunque, por la elevada migración michoacana, también hay conjuntos de arpa grande (como son conocidos) en varias ciudades de Estados Unidos.
Una de las expresiones musicales más hermosas y virtuosas del son mexicano es la calentana. Este gentilicio proviene de la región Tierra Caliente, que abarca porciones de los estados de Guerrero, Michoacán, Estado de México, Colima y Jalisco, aunque hay quienes afirman que llegaba a parte de Nayarit y Zacatecas. Por las condiciones climáticas y geográficas, esta variante se quedó “encerrada” durante mucho tiempo en la región y hasta hace pocos años comenzó a experimentar un auge o renacimiento con la aparición de nuevos grupos. Se toca principalmente en Guerrero y Michoacán. La instrumentación es guitarra sexta (una o dos), tamborita y violín (a veces dos); algunos grupos incorporan tololoche. Los principales exponentes de esta variante son Conjunto Regional Ajuchitlán, Los Cirianes de Zirándaro, Conjunto Regional de la Paz, Los Salmerón, Hermanos Tavira…
El son jalisciense está muy relacionado con los sones planecos. Ni qué decir que es la base del repertorio tradicional de mariachi. Son pocos, en comparación con los mariachis modernos, los mariachis tradicionales de Jalisco (y de otros estados colindantes, como Nayarit y Zacatecas) que mantienen viva esa tradición ancestral, que, por cierto, también incluye jarabes. La dotación es guitarra sexta o de golpe, vihuela, guitarrón y violines y, en ocasiones arpa, tololoche y tambora; una diferencia esencial con el mariachi moderno es que no usan trompeta. Algunas agrupaciones son Charanda, Los Tíos, Once Pueblos, Mariachi Cora, Mariachi Tradicional Arredondo, Los Jaraberos de Nochistlán, Mariachi Tradicional Villa de Álvarez…
Una variante compleja y muy rica en su ejecución es la del son arribeño, que se da en la porción serrana de los estados de Guanajuato, Querétaro y San Luis Potosí. La dotación es dos violines, jarana o vihuela y guitarra quinta (huapanguera). Esta tradición musical se asume heredera de los trovadores medievales, pues, como aquéllos, son los heraldos de las noticias o hechos relevantes de la región y del país. Por lo mismo, el poeta o trovador (usualmente el ejecutante de la guitarra huapanguera) desempeña un papel fundamental, pues tiene la misión de decir sus versos de manera memorizada o improvisada, con base en un reglamento ancestral.
Es una cultura musical que permaneció aislada muchos años y recientemente ha trascendido sus límites geográficos con la aparición de poetas “modernos”. Por la migración, hay huapangueros arribeños en la Ciudad de México y zona conurbada y en algunas ciudades de Estados Unidos. Algunos de los grupos o poetas más representativos son Guillermo Velázquez y Los Leones de la Sierra de Xichú, Tobías Hernández y sus Huapangueros, El Dr. Chessani y sus Huapangueros de Rioverde, don Pedro Sauceda, Cacho y sus Ases… Con esta muestra panorámica, creo, es posible vislumbrar el universo de la música tradicional mexicana.
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